“Para
que la milpa sea milpa
ni
siquiera de maíz va sola,
se
siembra frijol... chile…”
Mardonio
Carballo
Comenzar a sembrar milpa, a caminar a la deriva para
descubrir las calles donde una/o vive… hacer lazos, urdir vidas para que el
vecino, la vecina no sean desconocidxs… y entonces alguien le cuenta a otro/a
alguien y entonces así se enciende una llama que ilumina esas tardes de
tristear y putear sola o solo… de querer hacer algo más que participar en una
marcha de tanto en tanto, que poner su firma necesaria en un escrito…
Y entonces ese mágico momento en que la calle vuelve a ser
tuya, la plaza pública, el parque la fuente… y no sólo el paso obligado para
correr de un lado a otro sin mirar al de al lado, sin observar como la ciudad
va cambiando de rostro cuando esas bellas construcciones antiguas son demolidas
para hacer palomares en módulos donde no se puede vivir ni siquiera uno solo,
menos una pareja, una familia, una comunidad.
Y queremos hacer mapas no de estaciones, sino de caminos: de la banca donde nos enamoramos, de la fuente donde jugamos de niño/as y que l@s de ahora deberían jugar sin temor, de la tortillería a la que vamos y que no queremos se convierta en un antro ruidoso, impersonal, de la casa donde nacimos, de las calles que transitamos sin que nos acosen o nos roben, del primer departamento para vivir sola/o o acompañado/a con alguien, de lo que es importante para uno/a. De lo que se ama y entonces se defiende porque es nuestro. Vagar junto/as por las calles que vivimos a diario.
Una asamblea, una reunión en una plaza, esa la de José
Emilio Pacheco, (la del Carlitos que se atrevió…) y nos sentamos un grupo de personas alrededor
de velas y flores que forman un número que nos convoca a no quedarnos en
nuestras cómodas y solitarias vidas, mientras otras desaparecen, mientras
quieren que se les olvide en el fondo de una fosa.
Y entonces 43 normalistas que querían ser maestros de niñas
y niños rurales, existen aunque no estén, y se habla y se propone y se enumera
y se sueña con poemas y canciones que se comparten… y convivimos con un café y
tamales que trajeron.
Y hay tarea, mucha… pero comenzamos a sembrar no para comer
ahora sino para alimentar la esperanza porque ya no somos desconocido/as ahora
tenemos nombre: Karla, Diana, Benjamin, Lety, Melissa, Romina, Mardonio, Pola,
Ricardo… y así..
Si, anoche fui a una asamblea comunitaria organizada por
quienes quieren hacer algo más que sólo tristear, que solo putear, que sólo
quejarse… y la noche ya no era noche, el frío no era frío y el corazón se
enamora, promete… y todo porque una descubre que aún dentro de la muerte se
puede vivir si se nombra, si se llama como dice Galeano:
“Quien nombra llama. Y alguien acude, sin cita previa, sin
explicaciones, al lugar donde su nombre, dicho o pensado, lo está llamando.
Cuando eso ocurre, uno tiene el derecho de creer que nadie se va del todo
mientras no muera la palabra que llamando, llameando, lo trae. “
Eduardo
Galeano.
Ventana sobre la Memoria,
en Las palabras
Andantes. Ed. Siglo XXI
1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17,
18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28,29, 30, 31, 32, 33, 34, 35, 36, 37, 38,
39, 40, 41,42, 43… ¡JUSTICIA! ¡AYOTZINAPA!
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